
Junto a María, queremos orar por todos los enfermos: por los que están pasando situaciones difíciles, por aquellos que no tienen quién les cuide y por los que no tienen cura, ni ilusión.
Ponemos ante ti, Virgen de la Peña de Francia, junto a todos los que sufren, a sus cuidadores, para que a todos les des fortaleza de ánimo.
Ayuda a los enfermos a admitir con sencillez y gratitud los cuidados que reciben de los profesionales de la salud, de la familia y de los amigos.
Mantenles optimistas, fuertes y espirituales para llevar la enfermedad con espíritu de fe. Y acompáñanos, consoladora de los afligidos, para que en nuestra cruz sepamos encontrarnos con tu Hijo Jesús.
Amén.
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El Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia se encuentra a 1783 metros de altitud, en la provincia de Salamanca (España)
Otras oraciones a Nuestra Señora de la Peña de Francia:
Oración de la Moza Santa de Sequeros
Oración del peregrino a Nuestra Señora de la Peña de Francia.
Oración para encender una vela a Nuestra Señora de la Peña de Francia.
Nacer y renacer del agua y del Espíritu, nacer y renacer, morir para vivir.
Ser sumergidos en el agua del Bautismo (bis).
Nacer y renacer del aliento del Espíritu; nacer y renacer, morir para vivir.
No apaguéis la llama del Espíritu (bis).
Nacer y renacer al amor del Espíritu; nacer y renacer, morir para vivir.
Dar nuestra vida con riesgo de perderla (bis).
Nacer y renacer a la paz del Espíritu; nacer y renacer, morir para vivir.
Dentro de la noche el alba va a nacer (bis).
Yo soy el Pan de Vida,
el que venga a mí no tendrá hambre,
el que crea en mí no tendrá sed,
nadie viene a mí, si mi Padre no lo atrae.
Yo lo resucitaré
en el día final.
El Pan que Yo daré,
es mi Cuerpo, vida para el mundo,
el que siempre coma de mi Carne,
vivirá en mí, como Yo vivo en mi Padre.
Yo lo resucitaré
en el día final.
Yo soy esa bebida,
que se prueba y no se siente sed,
el que siempre beba de mi Sangre,
vivirá en mí, y tendrá la vida eterna.
Yo lo resucitaré
en el día final.
Sí, mi Señor, yo creo,
que has venido al mundo a redimirnos,
que Tú eres el Hijo de Dios,
y que estás aquí, alentando nuestras almas.
Yo lo resucitaré
en el día final.
Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.
Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
canta un himno a su Señor.
Pascua sagrada, ¡victoria de la cruz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.
Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.
Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
Dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.
Pascua sagrada. La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.
Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor.
¡Aleluya!
Cantad cristianos,
cantad con fervor,
que por salvarnos
murió el Redentor,
y al tercer día resucitó.
¡Aleluya!
A los tres días, resucitó.
A Magdalena se apareció.
'Dinos, María, ¿qué has visto tú?'
He visto vivo a Cristo Jesús'.
Éste es el día que hizo el Señor;
éste es el día en que Cristo triunfó.
Canten los pueblos, aleluya;
en nuestra Pascua, aleluya.
Fiera batalla hoy se libró:
cayó el pecado, venció el amor.
Cristo glorioso resucitó.
De vida y muerte, es el Señor.
Hacia el sepulcro van Pedro y Juan.
Está vacío. ¿Él dónde está?
Resucitado, como anunció.
A todos juntos, se apareció.
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Es un Canto de Pascua cuyo texto es de J. Mª Burgos y la música de José Pagán.

Alaba, alma mía, a tu Salvador; alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto puedas, porque él está sobre toda alabanza, y jamás podrás alabarle lo bastante.
El tema especial de nuestros loores es hoy el pan vivo y que da vida.
El cual se dio en la mesa de la sagrada cena al grupo de los doce apóstoles sin género de duda.
Sea, pues, llena, sea sonora, sea alegre, sea pura la alabanza de nuestra alma.
Pues celebramos el solemne día en que fue instituido este divino banquete.
En esta mesa del nuevo rey, la pascua nueva de la nueva ley pone fin a la pascua antigua.
Lo viejo cede ante lo nuevo, la sombra ante la realidad, y la luz ahuyenta la noche.
Lo que Jesucristo hizo en la cena, mandó que se haga en memoria suya.
Instruidos con sus santos mandatos, consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.
Es dogma que se da a los cristianos, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre.
Lo que no comprendes y no ves, una fe viva lo atestigua, fuera de todo el orden de la naturaleza.
Bajo diversas especies, que son accidente y no substancia, están ocultos los dones más preciados.
Su carne es alimento y su sangre bebida; mas Cristo está todo entero bajo cada especie.
Quien lo recibe no lo rompe, no lo quebranta ni lo desmembra; recíbese todo entero.
Recíbelo uno, recíbenlo mil; y aquél le toma tanto como éstos, pues no se consume al ser tomado.
Recíbenlo buenos y malos; mas con suerte desigual de vida o de muerte.
Es muerte para los malos y vida para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.
Cuando se divida el Sacramento, no vaciles, sino recuerda que Jesucristo tan entero está en cada parte, como antes en el todo.
No se parte la sustancia, se rompe solo la señal; ni el ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.
He aquí el pan de los ángeles, hecho viático nuestro; verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron: Isaac fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado; el maná nutrió a nuestros padres.
Buen pastor, pan verdadero, ¡oh Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos los bienes en la tierra de los vivientes.
Tú, que todo lo sabes y puedes, que nos apacientas aquí siendo aún mortales, haznos tus comensales, coherederos y compañeros de los santos ciudadanos.
Amén.
Aleluya.
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Esta Secuencia fue escrita por Santo Tomás de Aquino (1274). La versión abreviada es la parte final de la misma, comenzando a partir de "He aquí el pan de los ángeles...".
Pan divino, gracioso, sacrosanto,
manjar que da sustento al alma mía:
dichoso fue aquel día, punto y hora,
que en tales dos especies Cristo mora,
que si el alma está dura,
aquí se ablandará con tal dulzura.
El pan que estás mirando, alma mía,
es Dios que en ti reparte gracias y vida
y, pues que tal comida te mejora,
no dudes de comerla desde ahora,
que, aunque estuvieres dura,
aquí te ablandarás con dulzura.
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Es una composición de Francisco Guerrero (1528-1599) incluida en el libro “Canciones y villanescas espirituales” (Venecia,
1589). Es la versión ‘a lo divino’ del “Prado verde y florido” recogido
en el Cancionero de Medinaceli (S. XVI). En el castellano de la época, la canción era de la siguiente forma:
Pan divino, graçioso, sacrosanto
manjar que da sustento al alma mía:
dichoso fue aquel día, punto y hora,
que’ n tales dos especies Christo mora,
que si el alma’ stá dura,
aquí se ablandará con tal dulçura.
El pan que’ stás mirando, alma mía,
es Dios que’ n ti reparte graçia y vida
y, pues que tal comida te mejora,
no dudes de comerla desde agora,
que, aunque’ stuvieres dura,
aquí te ablandarás con tal dulçura.
¡Exaltad al Gran Rey con la alegría de vuestros cantos!
Resuene ya la música, los mares, las tierras y los astros.
¡Exaltad al Gran Rey con la alegría de vuestros cantos!
Alegraos tañendo vuestros instrumentos, aplaudid.
¡Exaltad al Gran Rey con la alegría de vuestros cantos!
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Es un himno de victoria compuesto por Händel, muy apropiado para el tiempo de Pascua. Normalmente se canta en latín:
Canticorum iubilo Regi magno psallite.
Iam Resultent musica, Unda, tellus, sidera.
Canticorum iubilo, Regi magno psallite.
Personantes organis, Iubilate plaudite.
Canticorum iubilo Regi magno psallite.
El sacerdote celebrante bendice el agua bautismal, extendiendo las manos:
Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables
con tu poder invisible,
y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua
para significar la gracia del bautismo.
Oh Dios, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo,
se cernía sobre las aguas,
para que ya desde entonces
concibieran el poder de santificar.
Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio
prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad,
de modo que una misma agua
pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad.
Oh Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo
a los hijos de Abrahán,
para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón
fuera imagen de la familia de los bautizados.
Oh Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan
en el agua del Jordán,
fue ungido por el Espíritu Santo;
colgado en la cruz vertió de su costado agua, junto con la sangre;
y después de su resurrección mandó a sus apóstoles:
"Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo".
Mira ahora a tu Iglesia en oración
y abre para ella la fuente del bautismo.
Que esta agua reciba, por la obra del Espíritu Santo,
la gracia de tu Unigénito,
para que el hombre,
creado a tu imagen y limpio en el bautismo,
muera al hombre viejo
y renazca, como niño, a nueva vida
por el agua y el Espíritu.
Y, metiendo, si lo cree oportuno, el cirio pascual o su mano en el agua una o tres veces, prosigue:
Te pedimos, Señor,
que el poder del Espíritu Santo,
por tu Hijo,
descienda sobre el agua de esta fuente,
y, teniendo el cirio en el agua, prosigue:
para que todos los sepultados con Cristo en su muerte,
por el bautismo,
resuciten con él a la vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
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La bendición del agua bautismal se realiza en la Vigilia Pascual.