¡Madre nuestra!
¡Virgen Inmaculada!
Sé guardiana de todos los caminos
de la Iglesia y del mundo,
y de los del mundo hacia la Iglesia.
En tu persona, la Iglesia
ha alcanzado ya la perfección,
en virtud de la cual no tiene mancha
ni arruga.
Pero en nuestra peregrinación terrestre
debemos luchar todavía
por crecer en santidad.
Y, por eso, levantamos los ojos
hacia ti, Virgen Inmaculada,
Madre de la Iglesia y
Madre de todos los hombres;
hacia ti, Estrella de nuestro Adviento.
¡Estrella de la mañana,
de la gloria perenne, del hombre en Dios,
acoge nuestro amor y
nuestra veneración!
Acepta nuestro abandono en ti.
Amén.