Pequeña y dulce María, Princesa mía, sin pecado concebida, Estrella de mis días y desde niña la más perfecta profecía.
Ilumina esta vida mía, a veces enceguecida, sin ansias ni dicha y totalmente empobrecida.
Hazme, pequeña María, luz en estos días y resplandor en la oscuridad del alma mía.
Hazme niño, pequeñito y dulcísimo para que el buen Dios escriba lo que ha querido de esta vida, para su gloria y como verdad que ilumina.
Amén.