a quién de verdad quiero,
y bajo cuya protección especial
me ha puesto mi amada madre la Iglesia
al hacerme hijo suyo en el bautismo,
te ruego no dejes, hoy ni nunca,
de velar para que viva
como corresponde a un cristiano,
y según mi nombre, siguiendo tus ejemplos.
Ayúdame en mis dificultades;
sobre todo, no permitas que caiga en pecado,
y alcánzame que sepa hacer de mi vida
mi mayor consuelo a la hora de la muerte,
para ser contigo eternamente feliz.
Amén.
O bien:
Oh glorioso Santo mío,
cuyo nombre tengo el honor de llevar,
protegedme y rogad por mí,
a fin de que pueda servir a Dios
como Vos en la tierra
y después gozar de Él en la gloria.
Amén.
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Ambas oraciones son útiles cuando no conocemos, o no hemos encontrado, una oración específica para el Santo de nuestro nombre y queremos manifestarle nuestra veneración.